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Carros de Fuego…

El 18 de septiembre de 2007, motivado al día de mi cumpleaños, recibí un regalo que aun hoy sigo apreciando: La Biografía de «Eric Liddell», atleta y misionero escocés. Les confieso que disfruté mucho leer aquel libro, cuyos autores son Janet y Geoff  Benge.

Eric Liddell

Eric Liddell, Atleta y Misionero Escocés.

Seis años después, es decir este mismo año 2013, tomé la decisión leerlo otra vez, pero ahora con mi novio Leonardo. Fue muy linda la experiencia de mirar juntos un capítulo cada día, y les puedo asegurar que la vida de este hombre ha dejado enseñanzas significativas para nosotros.

Ayer, a propósito de la lectura del libro, decidimos ver «Carros de Fuego», la película donde Eric Liddell es interpretado por Ian Charleson. Intentamos captar el mensaje central de la película, y a la vez compararlo con lo que fue para nosotros el tema central del libro. Una frase común en ambas obras fue suficiente para lograrlo:

«… Creo que Dios me hizo con un propósito, para estar en China; pero también me hizo veloz, y cuando corro, siento su complacencia». (Eric Liddell).

El Dios a quien seguimos es un Dios integral, que nos hizo de tal forma que la totalidad de nuestra vida pueda honrarlo en cualquier contexto. ¡Incluso en una pista de atletismo! ¿No les parece que es un gran reto y la vez una gran oportunidad?

¿Cómo será su vida?

Hoy fue extraña mi primera clase del día en la universidad, sucedieron cosas que jamás pensé. Nuestro profesor iba con sus fórmulas y planteamientos físicos y de pronto, aterrizó en Jesús. Hizo mención al  milagro de la alimentación de los cinco mil que relata Mateo 14 – ¿Cuántos panes y cuántos peces eran los que tenían? – preguntó. A esto, respondí – Cinco panes y dos peces profesor -. Entonces, él continuó – ¿Ustedes creen eso? Si no lo creen Dios se va a enojar y va a acabar con sus vidas -. Y así siguió toda una cadena de comentarios sobre el tema, hasta que el profesor se declaró ateo.

Debo confesar que el resto de la clase no me fue posible mantener la concentración. Bajaba mi rostro de vez en cuando y pensaba en aquella declaración. Además, me preguntaba cómo será la vida de alguien que se declara ateo. Creo que todo esto venía a mi mente por el hecho de que, para mi, la vida sin Dios se desmorona, se cae a pedazos. Siempre lo ilustro con un edificio, o algo parecido, que si está sin el fundamento viene la tormenta y lo destruye, lo acaba. Eso puede traducirse, para el ser humano, como un simple venir al mundo, crecer, reproducirse y morir, y todo ya se acaba. O quizás va más allá, nacer, crecer, cumplir sueños y morir. No sé si soy reduccionista, pero… ¿Qué hace el ser humano si no tiene una esperanza? ¿Cómo vive, qué hace al menos en los momentos difíciles? ¿No se acuerda de Dios como las personas comunes suelen hacerlo? Este es un tema del que hay mucho por hablar.

El asunto es que he estado pensando en la vida de mi profesor, y en la de muchos que van por el mundo negando la existencia de Dios. Y lo hago con compasión, pero también con esperanza. Eso lo digo porque creo que esas personas están tan convencidas de la realidad de sus propias bases, que buscando respuestas a través de ellas mismas terminan, en muchos de los casos, encontrándose con Dios. Porque hay muchas cosas de la vida que, sin duda, sólo tienen respuesta en Dios, el soberano. Así que me compadezco, y oro por aquellos que se sienten seguros de sí mismos, pero también conservo la esperanza de que un día, su seguridad, se haga pedazos y descubran al resucitado, a Jesús, el que venció a la muerte.

Reflexionen sobre el tema, queridos amigos que me leen. A mi me ha saltado más fuerte el corazón en el pecho hoy, y ruego al Señor que siga siendo así. Para que mis ojos estén abiertos a la realidad, y haga algo por ella. Este es mi reto, nuestro reto.

Hombres imperfectos…

A principios de mes me encargaron diseñar algunos afiches para una exposición que tenía como objetivo fomentar valores en los estudiantes de una institución educativa. Emocionada, me encargué de este trabajo. Por ser afiches, su naturaleza en buen porcentaje era  ilustrativa. Además, quise añadir frases o pensamientos de personajes que considero relevantes, íntegros, de esas personas que inspiran confianza y son ejemplo de vida. Uno de los afiches diseñados mostraba la imagen del corredor sudafricano Oscar Pistorius, acompañado de un pensamiento suyo.

Constancia.

Tiempo después de la publicación de los afiches, veo las noticias y me entero que están acusando a Pistorius de haber asesinado en forma intencional a su novia, la modelo Reeva Stennkamp. A penas miré la reciente noticia, pensé: «… ¡Qué cosas! Debo quitar pronto el afiche que expone al atleta…». Y así lo hice, con prisa. Sin embargo, ya muchos habían opinado que debía desaparecer de la exposición, pues también se habían enterado de la noticia.

Después de esto he estado pensando en lo falibles o imperfectos que podemos llegar a ser los seres humanos. No hacen falta muchas explicaciones para entenderlo, uno suele escuchar de errores cometidos, de gente que traiciona, que engaña, que se equivoca. Esa susceptibilidad no es sólo una realidad que va más allá de nuestras fronteras, sino que también implica lo personal y es capaz de destrozar en un abrir y cerrar de ojos la integridad del hombre. Lo que alguien es hoy frente a los demás puede cambiar en cualquier momento  e incluso generar conflicto, desesperanza, vergüenza. La gente odia que le sean infiel, que alguno mantenga actitudes hipócritas hacia a su persona.

Oscar Pistorius ante el juez y el resto de la audiencia...

Contrario a lo que somos nosotros, Dios es totalmente infalible y perfecto. Él no se equivoca, él no traiciona, él no engaña, él no hiere, él es fiel. Justo de esto conversaba con un grupo de amigos hace algunos meses y decíamos que para Dios ser fiel es una cualidad inconmovible, que permanece. Leímos que: «… Si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo…» ( 2 Timoteo 2:13). ¡Qué interesante! Él no puede negar su cualidad de ser fiel, íntegro, verdadero, interesado por nosotros. Eso sin importar cuán imperfectos seamos, cuán infieles. Y es que él nos comprende.

Ahora bien, para Dios comprender  imperfecciones no es sinónimo de tolerancia extrema. Y cuando hablo tolerancia extrema me refiero a que él, a pesar de lo falibles que podamos ser, espera de nosotros esfuerzo de fidelidad. Él espera que intentemos ir de su mano siempre y que nuestra vida trascienda a la de otros a partir de nuestra integridad, de nuestra sinceridad, de su verdad que se supone es la que debemos vivir. Así lo describe 2 Crónicas 29: 17 : «… Yo sé, mi Dios, que tú pruebas los corazones y amas la rectitud…». Y es ese Dios, que ama la rectitud, quien comienza siendo recto y nos llama también a serlo. Y lo más importante, sólo lo lograremos a su lado, porque él promete no dejarnos.

Saben, yo no he hecho referencia al caso de Pistorius con intenciones de acusarlo o juzgarlo. Simplemente tomé algo reciente que me ocurrió para decirles lo que pienso. Pienso que Dios es tan fiel que está siempre cerca, dispuesto a acompañarnos, a llevarnos de la mano. No importa lo que somos, pero sí importa el deseo de seguirlo intentando llevar una vida íntegra. Y si de algún modo caemos, pues él seguirá allí, como siempre. Las personas pueden fallar, de hombres imperfectos está llena esta tierra. Pero él no es así, ¿acaso no es eso emocionante? Tenemos la oportunidad única de volver a él siempre.

Mi Ética

Hoy tuve que salir de casa con muchas cosas encima, era uno de esos días en los que llevamos una carga pesada. Imaginaba que llegaría bastante agotada a la vuelta, pero igual me propuse salir y hacer lo que desde mucho antes había planificado. Dentro de mí decía: «Bueno, vale la pena». Así que salí fresca, aunque esa mochila  pesada me recordaba lo difícil que sería el camino. Viví, como siempre, muchas cosas este día; pero quiero compartir una experiencia bien particular.

Cruzaba aquella plaza del centro, donde siempre evito caminar sobre las áreas verdes que en realidad no lo son. Sin embargo, hasta ahora he pensado que caminar sobre esta zona dañará aun más el maltratado terreno, entonces será imposible que un día esté realmente lleno de algún tipo de vegetación. Pero hoy, con aquella carga encima, me dije: «Por estar con mi ética sufro demasiado, debería cruzar por allí para hacer más corto el camino». Entonces me reí de mí misma y tomé el camino largo, en pocas palabras atendí a mi ética a pesar de lo «difícil» que era.

MafaldaHe estado pensando algunas cosas después de lo ocurrido. Una de ellas es que dije «… mi ética…», eso significa que tengo una ética propia. No tomar el lugar de otro, no copiarme en un examen, no cruzar cuando el semáforo está en verde, no tirar basura en las calles, regresar el dinero cuando me han dado cambio demás y otras, son cosas que suelo aplicar a mi vida. Pero, ¿por qué lo hago? Creo que lo hago simplemente porque «…mi ética…» no existe, detrás de mi comportamiento está una ética modelo,  y es la de Dios. Un Dios que es justo, que es bueno, que es sincero, que nos invita a ser administradores responsables de los recursos naturales de nuestro mundo. Quisiera saber cuál es la opinión de un sociólogo, pero hasta el momento creo que lo que somos y lo que hacemos se desprende siempre de una ética mayor o que consideramos mayor, por lo que nos dejamos dirigir por ella.

Ahora, que exista una ética mayor que me dirige y a la vez yo intento atender, no quiere decir que todas las cosas sean perfectas. Yo soy sencillamente lo que soy, un ser humano con debilidades e imperfecciones. No quiero sufrir, no quiero que las cosas sean complicadas. Mientras más sencillo mejor, pero la ética superior me dice que es necesario sufrir, inevitable. Mas digo: «…Por estar con mi ética sufro demasiado…». Por estar atendiendo a la ética mayor sufro mucho. Pienso ahora y reflexiono que justo eso es, debo sufrir. No por gusto, sino porque a veces o siempre la vida lo demanda. Jesús fue un hombre sufrido, más que una línea ética para seguir, pero ético. Su vida me asombra y me dice una y otra vez que las cosas no serán fáciles, que en medio de ellas me brindará consuelo. Esta es otra cosa en la que he estado pensando, eso de que debo luchar conmigo misma para hacer las cosas bien, las que no quiero hacer pero que la ética modelo me dicta. Debes hacer esto, debes hacer aquello. Me lo imagino, a Dios, guiándome.

Todo esto me ha hecho recordar aquellas palabras del apóstol Pablo en Romanos 7 que tanto me gustan, que me llevan a pensar en lo que soy y en mi comportamiento: «Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal» V. 21. Esta es una lectura que debe hacerse completa en la Escritura para no sacar las cosas de contexto, pero a mi parecer ese V.21  expresa de forma excelente  esa lucha que como personas tenemos día tras día. Queremos hacer el bien, pero el mal nos persigue y es difícil enfrentarlo. No será fácil, lo dije antes. Mi propia vida habla mucho de esto, incontables veces he estado decidiendo si seguir o no la ética en ciertas oportunidades. Y en la mayoría de los casos, seguirla cuesta. El consuelo es que Dios está con nosotros, y además que haremos honor a quien lo merece, al único bueno.

Rosarelys.

Quizás tengamos que enfrentarlo…

Estas vacaciones he estado estudiando 1 Corintios, de hecho decidí comenzar con esto hace aproximadamente un mes. Aun así, la otra mañana, tomé mi biblia y teniendo a mi hermano menor cerca pensé: «Leeré en otro libro hoy. Quizás será bueno revisar una de esas secciones emocionantes, de modo que Fernando (mi hermano) pueda entender y se muestre interesado en el tema». No fue difícil escoger, rápido pensé en uno de mis favoritos: Daniel.

Leímos juntos el capítulo 3, esa sección que narra minuciosamente aquellos días en que el rey Nabucodonosor construyó una gran estatua de oro con la intensión de que al sonar de ciertos instrumentos todos en Babilonia se postraran ante ella y la adoraran. La vida de todo el que negara cumplir el capricho del rey estaría confinada a «un horno de fuego ardiendo». El asunto es que todos en Babilonia lo hicieron, a diferencia de aquellos tres jóvenes judíos amigos de Daniel: Ananías, Misael y Azarías. Por esta razón, algunos en Babilonia los acusaron ante el rey, quien se encargó de explicarles el riesgo que estaban asumiendo al negarse a cumplir su mandato. Estas fueron sus palabras ante aquellos tres hombres:

«Nabucodonosor les dijo: —Ustedes tres, ¿es verdad que no honran a mis dioses ni adoran a la estatua de oro que he mandado erigir? Ahora que escuchen la música de los instrumentos musicales, más les vale que se inclinen ante la estatua que he mandado hacer, y que la adoren. De lo contrario, serán lanzados de inmediato a un horno en llamas, ¡y no habrá dios capaz de librarlos de mis manos!». (Daniel 3:14-15  NVI).

Crudas y hostiles palabras las de Nabucodonosor. Sin embargo, la historia se vuelve aun más emocionante cuando uno lee, y casi que escucha la  respuesta de los tres amigos de Daniel ante el rey Nabucodonosor:

» —¡No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad! Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad. Pero aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua». (Daniel 3: 16-18).

Si seguimos más adelante, encontraremos que Ananías, Misael y Azarías fueron lanzados al horno de fuego ardiendo por negarse a rendir honor a la estatua. Además, encontramos que fueron rescatados, nada más y nada menos que por el Dios de ellos, el Dios creador que encontramos en la biblia. Eso a expensas de las palabras del rey Nabucodonosor: «¡y no habrá dios capaz de librarlos de mis manos!».

Pero, esta vez, mi atención no estuvo centrada sólo en aquel gran rescate, sino en las palabras de esos tres hombres ante tal amenaza. Tenemos que ser sinceros, es difícil negarse cuando alguien dice una cosa así. Y es más aun sorprendente la percepción de Dios que tenían Ananías, Misael y Azarías: (1) Dios puede librarnos, (2) Dios puede decidir no hacerlo así y (3) En ambos casos no estaban dispuestos a honrar otro dios que su Dios. El punto es entonces que su vida estaba en juego y eran capaces de entender que «Dios libra y además puede decidir no librar». Creo que esto es interesante en un contexto en el que todos desearían ser librados de muchas cosas todos los días, en un contexto en el que queremos reír pero jamás llorar. Esta vez Dios los libró pero, ¿si no lo hubiese hecho? Pues, creo que ellos lo entenderían también.

¡Saben estuve pensando! Son tantas las cosas de las que Dios nos librará, pero de algunas otras quizás no nos libre. Al menos ahora, en esta vida, ciertas cosas él decidirá no detenerlas, quizás tengamos que enfrentarlo. Y aun así, como los amigos de Daniel, dispuestos debemos estar a honrarlo sólo a él, a confiar en el. A partir de aquello de lo que no nos libra y de lo que nos libra, seguramente serán definidas  algunas cosas en nuestra vida.

¿Vida injusta?

El tiempo avanza; la vida avanza, y es imposible quedarse atrás. No importa cuánto nos aferremos, no importan qué tanto lo intentemos, ella siempre seguirá su curso. Seguirá su curso con alegrías, con tristezas, con nuevas metas, sin sentido alguno, con planes o sin planes; la vida sigue. Y en este mar de momentos a veces nos topamos con situaciones que realmente no entendemos, que nos tocan, que lastiman, que decepcionan.

Las últimas dos semanas me he estado preguntado por qué razón para aquellos que intentan ser honestos y se esfuerzan por hacer las cosas bien es frecuentemente complicado solucionar o alcanzar determinados objetivos. No lo niego, es difícil, tan difícil que a veces no comprendemos porqué sucede. A veces incluso siento desmayar, a veces no quiero seguir luchando, creo que muchas cosas que ocurren son injustas para mí.

Hoy leí que “…El sabio tiene los ojos bien puestos, pero el necio anda a oscuras. Pero también me di cuenta de que un mismo final les espera a todos…”. (Eclesiastés 2:13).  Esta frase se da en un contexto en el que se busca un sentido de vida, donde se exploran distintos enfoques de esta y finalmente se emiten conclusiones, se da en un contexto en el que intentan señalar que sin importar lo que haga el ser humano es posible que experimente cuestiones que evidentemente escapan de su potestad. No lo es todo, el hombre no es el centro de todas las cosas. Sus esfuerzos son débiles en cierto punto, o en todos. Y creo que esto no es exagerar. Entonces, es cierto que las cosas difíciles vienen para todos; para buenos y malos, para ricos y pobres, para sabios y necios. Ya entiendo porque me incomodaban las actitudes súper humanas, porque nada de súper tenemos. Eso aunque las cosas buenas también están reservadas.

Pero, después de esto, me hice la misma pregunta que el personaje en Eclesiastés, “…Si bien voy a acabar igual que el necio, ¿de qué me sirve ser tan sabio?…”. (Eclesiastés 2:14). No puedo obtener la sabiduría por mí misma, imposible. Sin embargo puedo decir que es sabio aquel que desechando la necedad busca lo que realmente es bueno para él y para otros, aquellas cosas que no lo dañan sino que lo restauran. Pensé entonces que algo de especial tiene el hecho de intentar ir por las buenas vías, tomar en cuenta los puntos de integridad, de justicia, de sabiduría. La conclusión sería entonces que todos enfrentaremos las mismas cosas, mas nuestra lucha puede ser una especial, una que tendrá sentido, una diferente, donde el hecho de intentar hacerlo bien implicará algunas complicaciones, pero la esperanza permanecerá y valdrá.

Fue interesante encontrar finalmente una expresión gratificante, una que no era tan pesimista pero que toma fuerza cuando al principio nos encontramos con el contexto señalado… “…El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto…” (Eclesiastés 12: 13-14). Es Dios quien nos da respuesta, quien reserva para nosotros un final distinto. Y me gusta, me gusta que cuando camino mi esperanza en él vuelve incluso cuando he pensado que estaba lejos.

¿Vida injusta? No, no lo creo. Porque tenemos la forma de hacerlo distinto.

Dios realmente estuvo en el laboratorio…

Aun recuerdo con mucho entusiasmo “Dios también está en los laboratorios”, uno de mis post publicados hace aproximadamente un mes y quince días. En él compartí sobre la forma tan humilde y sencilla en la que mi profesora de laboratorio habló de Jesús a la clase entera. De ese Jesús que no es lejano sino cercano; de ese Jesús que responde a situaciones personales y grupales bien particulares en lugar de ocultar su rostro; nos habló de un Jesús lleno de gracia, capaz de perdonar nuestras fallas y cambiar nuestra vida. Una oración acompañada de un interés puro por cada uno fue suficiente, no fue necesario armar poses y adornar el discurso, simplemente predominó la naturalidad, la verdad y la confianza en el Maestro. Mi memoria aun conserva algunas peticiones de aquella oración:

“…Señor dale sabiduría a estos muchachos… Que todo nos pueda salir bien en este laboratorio… Ayúdanos Señor, que no falte el agua… Danos un semestre regular Señor; que no perdamos más clases… Señor suple sus necesidades… Que podamos pasar un tiempo agradable…”.

Peticiones a la verdad pasadas, pero que hoy (después de haber culminado nuestras actividades) representan pruebas concretas de que Dios realmente estuvo en el laboratorio. Creo que todos lo entendimos así… Él nos dio sabiduría, el agua nunca faltó, ningún disturbio afectó la regularidad de nuestro programa de prácticas, las necesidades han sido suplidas y, sin duda alguna, pasamos un tiempo excelente. Sin temor a equivocarme puedo decir que ha sido uno de los mejores cursos en los que he estado. Me ha impresionado la forma en que pudimos compartir, tanto con aquellos con los que nunca antes habíamos tenido contacto como con algunos ya conocidos. Y es que allí había algo diferente, algo que trajo consigo armonía, paz, compañerismo, solidaridad; y asumo que era Dios. Quizás nuestra profesora seguía orando por todos nosotros mientras nos dedicábamos a ejecutar la práctica.  Sí, probablemente sí, fue más que procurar el desarrollo de nuestro intelecto o simple supervisión.

Durante el desarrollo del laboratorio y su último día escuché expresiones muy lindas: “… Gracias… Te quiero mucho… Extrañaré este laboratorio; quizás no los informes pero sí a toda esta gente… Lo preguntaba para ayudarte; porque para eso es que estamos, ¿no?… ¡Qué bueno que estás entendiendo!… Estoy cansada y no sé si llegue temprano, pero estoy pendiente para ayudarte, te escribo… Recuerden que tenemos que compartir… ¡Compañera! ¿Cómo vamos?… ¿Cómo está todo por aquí?… Yo soy cristiana, creo en Jesús y creo que él puede ayudarnos para que todo nos salga bien en este laboratorio… De aquí nos vamos con nuevos amigos…”. Es verdad, ¡Dios estuvo! Cada una de estas expresiones me habla de gente hermosa, de gente que ha sido “tocada” por Dios. ¡No saben cuán feliz me siento! 

Considero que todos salimos con dos enseñanzas centrales: (1) Que Dios no está lejos, está cerca; él es capaz de involucrarse en nuestra vida. (2) Cuando permitimos que Dios se involucre él hace de nuestra vida y de nuestras relaciones lo que realmente deberían de ser. ¡Ahora siento la necesidad profunda de agradecer! ¡De agradecer a Dios y agradecer a todos aquellos que fueron parte de esta experiencia! ¡GRACIAS!

Cada día estoy más convencida de su compañía… ¡Dios nunca nos deja! Vale la pena seguirle, vale la pena dejar de ignorarlo, vale la pena dejarlo entrar, dejar que él tenga algo que ver incluso en las cosas más sencillas de nuestra cotidianidad… Él nos da fuerzas, lo he experimentado, lo hemos vivido juntos… Hemos alcanzado la meta, hemos llegado, hemos llegado y él no nos soltó siquiera un segundo, estuvo hasta en aquel momento en que dejamos de sentir su mano… ¡No me puedo contener ante tal regalo! ¡Un regalo inmerecido!

Deseo que sigamos llevándole al frente, que dejemos nuestro cansancio, nuestras angustias y todo lo que pueda ocurrir en nuevos caminos en las manos de Jesús, de aquel de quien nos hablaron… Deseo que lo sigamos llevando, al laboratorio, a la vida y a cada cosa que tenga que ver con nosotros y con otros… ¡Nunca olvidaré cada momento!

JESUCRISTO,  el Señor del universo y Señor de la universidad, es quien lo hizo posible…

                                                                    

Dios también está en los laboratorios…

Ha llegado el fin de esta semana. Inicia con alegría por el simple hecho de mirar atrás y ver todo lo que ha ocurrido. Definitivamente ha sido un tiempo que ha resultado en beneficio para la vida, para ver, para crecer, para compartir, para tratar de entender a Dios y acercarme un poco más a Él. Y no quiero dejar pasar esta semana sin contarles algo más de lo que me pasó, o mejor dicho, de lo que nos pasó a todos justo este día cuando estábamos por iniciar nuestra primera práctica de laboratorio en la universidad.

Después de dar algunas instrucciones necesarias para iniciar la práctica nuestra profesora, a quien acabamos de conocer, preguntó con mucho interés los nombres de cada integrante del curso. Luego pidió que nos acercáramos al frente y nos dijo que quería compartir con nosotros lo mismo que había compartido un día antes con los estudiantes de la otra clase; dijo que se trataba de algo que salía de su corazón. En realidad no tenía idea de qué era lo que quería hacer, tampoco los demás. Seguro por eso todos estaban atentos. Entonces dijo nuestra profesora:

«Yo creo en Dios, soy cristiana. Y creo que Dios nos puede ayudar en este laboratorio para que las cosas puedan salir bien hasta el final. Si aceptan quiero orar por ustedes, por todos nosotros para que nos vaya bien en este trabajo».  

Casi todos en la clase sonrieron ante su propuesta, evidentemente dijeron que sí, estaban dispuestos a orar. Y continuó la profesora:

«Si quieren nos podemos tomar de las manos para orar, si quieren». 

Una vez más, casi todos expresaron un sí al tomarse de las manos. Nuestra profesora oró, pidió a Dios incluso que no faltara el agua en el laboratorio… ¡Qué interesante! Y siguió diciendo:

«La Biblia dice que todo el que cree en Jesús y confiesa su nombre será salvo, y no tendrá condenación. Si quieren repitan conmigo esta oración para que Jesús venga a morar en sus corazones, sólo si quieren». 

Yo me quedé esperando, quería ver pronto qué ocurriría. Ella comenzó a orar y toda la clase, casi toda, repitió esta oración con ella.

Quizás alguien podría decir que nuestra profesora abusó de su posición como docente para transmitir sus creencias a otros. Pero la verdad es que  no hubo abuso de ningún tipo. El ambiente era cálido, tan real, tan relacional. Ella se interesó por nosotros y, de forma humilde, nos habló de Dios, de su  Hijo Jesús. Cada una de sus propuestas estuvo acompañada de un «si quieren, si aceptan». Nadie estaba obligado a hacerlo. Esta profesora hizo ver a la clase entera cuánto puede influir o cuánto influye Dios en nuestra vida cotidiana… ¡Dios también está en los laboratorios! Él está en todas partes, y puede influir aun más si nosotros queremos, si aceptamos, si nos dejamos guiar por él, si aceptamos su ayuda. Dios no nos obliga a buscarlo, él nos busca, está cerca y nosotros decidimos qué hacer.

Yo sigo creyendo en Dios. Creo que él se hace visible a nuestras vidas a diario, en cualquier forma. Desde lo que miramos en un tubo de ensayo hasta lo que sentimos dentro de nosotros. Dios está siempre, ¡cómo no creer en él al ver todo lo que ha hecho! al saber que hasta por nuestras actividades más sencillas se interesa…

Agradezco a Dios por mi profesora, agradezco por lo que nos hizo ver. Agradezco la humildad de ella, agradezco su acción de pensar en otros e intentar vencer todo miedo para hablar de Jesús ante la clase. Yo estaba justo a su lado y su mano me decía que estaba feliz, feliz de haberlo hecho así, de haber hablado al menos un poco sobre la salvación y esperanza que podemos encontrar en el Hijo de Dios.

Donde estemos, en cualquier momento, él va a estar… Hasta en mi laboratorio…

Un Dios «Visible»…

Alguna vez hemos pensado o deseado ver a Dios, miren lo que me pasó…

Cuando leo los Salmos en la Biblia siempre vienen a mi mente temas o frases como el perdón, humildad, misericordia, gracia, fidelidad, ayuda, dificultad, acciones de gracias, etc. Todos, a la verdad, sinónimos entre sí o cuestiones que están íntimamente relacionadas. Es frecuente encontrar a cierto o ciertos  personajes que, en algún momento, a consecuencia o no de sus actos, están «entre la espada y la pared». Pronto, un espontaneo acercamiento a Dios y solicitud de ayuda en actitud humilde y arrepentida, redundan en cuestiones visiblemente beneficiosas para aquel que se encontraba en aprietos.

Hoy fui a la universidad y decidí pasar a mirar con tranquilidad las costas que tenemos justo en frente antes de regresar a casa. Me senté unos 15 minutos y estuve leyendo el Salmo 138 (Salmo de David):

1 Te alabaré con todo mi corazón; delante de los dioses te cantaré salmos. 2 Me postraré hacia tu santo Templo y alabaré tu nombre por tu misericordia y tu fidelidad. porque has engrandecido tu nombre y tu palabra sobre todas las cosas. 3 El día que clamé, me respondiste; fortaleciste el vigor de mi alma. 4 Te alabarán, Jehová, todos los reyes de la tierra, porque han oído los dichos de tu boca. 5 Cantarán de los caminos de Johová, porque la gloria de Jehová es grande, 6 Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, pero al altivo mira de lejos. 7 Cuando ando en medio de la angustia, tú me vivificas; contra la ira de mis enemigos extiendes tu mano y me salva tu diestra. 8 Jehová cumplirá su propósito en mí. Tu misericordia, Johová, es para siempre: ¡no desampares la obra de tus manos!

Evidentemente miré a un David agradecido, a uno que decide amar y agradecer con todo su corazón a un Dios que fue misericordioso, fiel, que no lo abandonó en la situación particular que éste enfrentaba.  David recuerda, mira atrás y dice «el día que clamé, me respondiste. Me respondiste y eso es suficiente para saber que estuviste presente procurando el bien para mí a pesar ‘de’…». Y no sólo David iba a estar agradecido y listo para rendir honor a Dios, «todos los reyes de la tierra te alabarán», dice. Él le alabaría y otros también, una vez más es muestra de que el accionar de Dios se manifiesta de alguna manera, razón por la que no sólo David sino también otros se unirían a esta forma de agradecimiento. La gloria, misericordia, perdón, fidelidad de Dios, y todo lo que tenga que ver con Él se muestra a la humanidad de alguna manera. Y en situaciones particulares Él atiende al que va humilde, convencido de que no todas las cosas están en sus manos sino en las de Dios. Dios extenderá su mano, la extenderá siempre, pero será aun más visible cuando estoy convencido de que yo no puedo, depende de Él. Dios cumplirá su propósito, su objetivo,no el de otro, no el mío propio.

Cerré mis ojos y agradecí a Dios porque su misericordia y su fidelidad se hacen visibles a mi vida aunque Él es un Dios «invisible»… Entonces no es tan invisible como pensamos, es totalmente «visible». Además di gracias porque esa misericordia y fidelidad también se hacen visibles para otros. Él «aparece», no de vez en cuando, sino siempre. Agradecí que, a diferencia de otros dioses, el es visible para bien de nosotros, no para nuestro engaño o para nuestro mal. Agradecí que lo miro a diario en todo lo que me rodea. Dios no es tan «invisible» después de todo.        

¡Qué bueno es disfrutar la cercanía a un Dios visible!

No llegó el bus…

Yo viajaba a las 11 de la noche… VIAJABA…

A la hora requerida, llegué al terminal de pasajeros de Ciudad Bolívar. De pronto, apareció un representante de la linea de buses donde compré mi boleto y preguntó: «¿Vas a Puerto la Cruz?». Inmediatamente respondí que sí, dije que ya tenía boleto. Entonces aquel chico continuó: «Mira, el bus ya no vendrá a las 11 de la noche sino a las 3 de la mañana. Me imagino que no lo vas a esperar. Me dijeron que tienes dos opciones, irte en este bus hasta el peaje de Barcelona y pescar allí otro que vaya hasta Puerto la Cruz o aceptar que te regresen el dinero». Ninguna opción me beneficiaba, en absoluto, su irresponsabilidad me perjudicaba en extremo. No podía hacer más que regresar a casa.

No quiero negar que sentí como un río de agua hirviendo correr por mi cuerpo, desde mi estómago hasta la cabeza. Estaba muy molesta, lo puedo asegurar. Pensaba en todos los gastos y el esfuerzo para llegar hasta el terminal de pasajeros, pensaba en los peligros a los que uno se expone cuando va a esas horas de la noche a la parada del bus, pensaba en la ligereza con la que los representantes de la linea daban tal noticia a los pasajeros, pensaba en la forma de desatar toda la rabia que sentía. Sobre todo porque para mí era urgente viajar esta noche.  Pero, ¿qué hacer a esas horas? No tenía donde presentar reclamos, sólo podía enfrentar a aquellas personas. Aun así, ¿Qué lograría con eso?

Quería gritar tantas cosas a esta gente, quería hacerles entender cuán irresponsables eran. Pero asombrosamente conservé la calma, creo que de hablar me hubiese sentido peor porque seguramente no iba a hacerlo con calma, con tranquilidad. Dentro de mí estaba segura de que se merecían el insulto más grande que jamás haya recibido persona en este planeta pero no lo hice. No ofendí a nadie. La linea de buses (que acostumbra a actuar de esta manera) merece ser penalizada por este tipo de cosas, pero no valía la pena exasperarme más de lo que ya estaba.

En medio de esta experiencia recordé que desde el primer momento en que salí de casa, algunos contratiempos me llevaron a decir que, de complicarse las cosas, no iba a insistir. Dios sabía qué iba a pasar. Todo estaría en manos de Él. Definitivamente Él me ha enseñado dependencia los últimos días. Nada es suficientemente grande como para robar la paciencia y tranquilidad que él nos puede dar.

Agradezco a Él por su paz y porque en medio de estas situaciones esa paz permanece. Además agradezco a Él porque cuida mi vida; no permite que mis reacciones ante determinadas situaciones sean dañinas para mí misma y para otros. Él lo controla todo, yo tengo cosas que decir y hacer (cosas que denunciar), pero Él tendrá siempre la decisión final. ¡Tan vulnerable soy! No todas las cosas dependen de mí, ni de otros.

Ahora estoy de nuevo en casa, pensando cómo voy a resolver mañana. También pienso que no es frecuente que asimilemos este tipo de acontecimientos de esta manera, pero sí que es posible. Dios lo ha hecho y lo seguirá haciendo. Él puede darnos paz aun cuando el mundo se desborona de tanta injusticia ante nuestros ojos.

Yo viajaba, pero nunca fue, «viajaremos» cuando él decida…